La experiencia de la violencia digital en comunidades marginadas

La tecnología tiene un poder innegable para transformar nuestras vidas, pero también amplifica las desigualdades existentes en la sociedad. Mientras que muchas personas navegan en el entorno digital con relativa facilidad, otras comunidades enfrentan una realidad más oscura: la violencia digital. Este blog aborda cómo las experiencias de violencia digital afectan desproporcionadamente a comunidades marginadas y excluidas, revelando cómo la intersección entre desigualdades de género, raza, clase, etnia y otras dimensiones acentúa su vulnerabilidad.

La violencia digital no se distribuye de manera uniforme. Aunque cualquier persona puede ser víctima, las mujeres, personas racializadas, LGBTQ+, y aquellas en situaciones de pobreza enfrentan riesgos mayores y consecuencias más devastadoras. Esta violencia incluye ciberacoso, difusión de imágenes íntimas no consensuadas, y la amplificación de discursos de odio, pero sus impactos varían significativamente según el contexto social y económico de las víctimas.

Para las comunidades marginadas, la violencia digital refuerza dinámicas históricas de opresión, poniendo en riesgo no solo su seguridad en línea, sino también su bienestar físico, emocional y económico.

Un ciclo de violencia y exclusión

Para muchas personas que ya experimentan desigualdades sistémicas, la violencia digital es una extensión de las formas de opresión que enfrentan en su vida diaria. En las comunidades indígenas y afrodescendientes de ALAC, por ejemplo, la violencia digital adopta la forma de racismo, exotización y explotación cultural. Las redes sociales amplifican estos ataques, permitiendo la difusión masiva de mensajes racistas o desinformación que daña su identidad colectiva. En estos casos, el ciberacoso no es solo un acto individual, sino un fenómeno estructural que se nutre de siglos de racismo y colonialismo.

De manera similar, las mujeres en situación de pobreza y personas LGBTQ+ enfrentan violencia digital que no solo las silencia, sino que también limita sus oportunidades. El acceso desigual a tecnologías seguras y educación digital deja a muchas sin herramientas para protegerse o defenderse. Esta exclusión las hace más vulnerables a las agresiones en línea y perpetúa el ciclo de marginación, ya que la violencia digital actúa como una barrera adicional para su inclusión plena en la sociedad.

La violencia de género y las mujeres marginadas

Si bien todas las mujeres pueden ser víctimas de violencia digital, las mujeres en situaciones de marginación, ya sea por su raza, etnia o clase social, enfrentan una violencia digital más intensa y sostenida. En ALAC, la intersección de género y pobreza es especialmente evidente. Las mujeres indígenas o afrodescendientes, que ya enfrentan obstáculos para acceder a recursos tecnológicos, son doblemente vulnerables al ciberacoso y la violencia digital. Además, debido a la falta de políticas públicas eficaces para protegerlas, muchas de estas mujeres no tienen a quién recurrir.

El caso de la violencia digital contra defensoras de derechos humanos y activistas es especialmente alarmante. Las mujeres que alzan la voz contra injusticias en sus comunidades, como líderes indígenas o activistas feministas, son blanco de ataques coordinados. La violencia digital busca silenciarlas y desacreditarlas, utilizando estrategias como la difamación, la distribución no consensuada de imágenes íntimas o amenazas de muerte. Esta realidad no solo atenta contra la libertad de expresión, sino que también socava los esfuerzos colectivos por la justicia social.

La vulnerabilidad de las personas LGBTQ+

Las personas LGBTQ+ enfrentan una violencia digital que está íntimamente ligada a la discriminación que viven fuera de Internet. Desde el revelar la identidad sexual de alguien sin su consentimiento hasta el acoso en redes sociales, esta violencia tiene un impacto devastador en la comunidad LGBTQ+, especialmente en contextos donde ser abiertamente disidente sexogenérico es peligroso para su integridad. Además, la proliferación de discursos de odio en plataformas digitales refuerza la homofobia y la transfobia, y los mecanismos para denunciar o protegerse a menudo son inadecuados o inaccesibles.

Las consecuencias de la violencia digital para las personas LGBTQ+ van más allá de la esfera virtual. En muchos casos, la exposición en línea se traduce en violencia física, aislamiento social o pérdida de empleo. La falta de respuestas por parte de las plataformas tecnológicas y de las autoridades refuerza esta violencia, lo que deja a la comunidad LGBTQ+ atrapada en un ciclo de agresión y exclusión.

El impacto interseccional de la violencia digital

La violencia digital se magnifica cuando las personas pertenecen a más de un grupo marginado. Una mujer afrodescendiente LGBTQ+ que vive en una zona rural enfrenta múltiples capas de discriminación y vulnerabilidad que se entrelazan. La intersección de estas identidades significa que está expuesta a diferentes formas de violencia digital, que se suman y refuerzan entre sí. Esta complejidad hace que sea aún más difícil encontrar apoyo o justicia, ya que las leyes, plataformas y políticas no suelen considerar estas experiencias interseccionales.

Además, muchas veces estas comunidades marginadas no son reconocidas en las discusiones sobre violencia digital, lo que contribuye a su invisibilización. Para abordar esta violencia de manera efectiva, es esencial que se adopte un enfoque interseccional que reconozca cómo las diferentes formas de opresión interactúan y se refuerzan en el espacio digital.

Hacia una respuesta colectiva e inclusiva

Para combatir la violencia digital en comunidades marginadas, se necesita una respuesta colectiva que incluya la perspectiva de las personas más afectadas. Es necesario que las plataformas tecnológicas asuman su responsabilidad en la protección de las comunidades vulnerables, y que los gobiernos implementen leyes inclusivas que reconozcan la gravedad de la violencia digital. Asimismo, es fundamental que la educación digital sea accesible y esté adaptada a las realidades de cada comunidad, brindándoles herramientas para protegerse y participar activamente en el entorno digital.

Además, las soluciones deben provenir de las propias comunidades. Las iniciativas locales, como redes de apoyo comunitario y programas de educación en ciberseguridad, son esenciales para empoderar a las personas marginadas y ayudarles a protegerse en línea. Estos esfuerzos deben ir acompañados de políticas públicas que respondan a sus necesidades específicas y que incluyan la participación de las propias comunidades en el diseño e implementación de estas políticas.

La violencia digital no es una experiencia uniforme; afecta de manera desigual a quienes ya enfrentan marginación y exclusión en el mundo físico. Reconocer esta realidad es el primer paso para crear soluciones que aborden las necesidades de todas las personas, especialmente de aquellas en comunidades vulnerables. Solo a través de un enfoque interseccional y colectivo podemos avanzar hacia un entorno digital más inclusivo, donde todas las personas tengan la oportunidad de participar de manera segura y plena.

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